viernes, 11 de febrero de 2011

Los recuerdos de Emma


Empece a besar miles bocas desde un tiempo no tan alejado, quizá a falta de algo mejor más un poco de aburrición y unas gotas de vacío del alrededor. La mayoría de ellas me sabían a lo insípido de la vida después de un día soleado. 
Comencé a entender mejor al arte de la pantomima, por fuera un derrumbe apocalíptico y por dentro la muerte merodeando. 
Con un poco de suerte encuentras aquella textura que hace que sientas toda una energía eléctrica que recorre desde la medula hasta la punta de tus pies. Los segundos más importantes en tu vida y te preguntas, ¿por qué no existen cámaras fotográficas que capturen el momento? 
En ese momento sabes que será una historia imposible, de esas que te torturan con sensaciones similares que no despegan. Miedo a volar. 
Ayer soñé con el chico que me hacía reír cuando sentía que el cerebro me iba a explotar o cuando quería gritar hasta llorar. El chico creció y se esfumó mientras yo observaba el pavimento. 
Hace tiempo tuve fiebre infantil a casi a mis treinta. Unos días antes de que las personas pudieran confundirme con señora. No recordaba como se iban formando personajes en el aire, con manchas de colores luz negativo. Sentía el sudor por todo mi cuerpo más por dentro que por fuera, fue cuando confundí los escalofríos por orgasmos y en eso me asuste cuando descubrí quien era el que me sometía a tales emociones. Un hombre que no veía desde la universidad, casi me doblaba la edad, nunca lo bese, no recuerdo ni siquiera que me gustará. ¿Por qué nunca salí con él? 
Ah es cierto, era mi profesor y la ética se entrometió como clásica vieja metiche.
Desde hace tiempo beso bocas nocturnas, me dejó de importar el género con tal que fueran agradables a la vista. Bocas tersas, labios sensuales, labios carmesí con un toque de fantasía vampiresca. Siempre me gustó un poco de sangre cálida recorrer la punta de mi lengua. Sin nombres, por favor. Es sólo intercambio de fluidos, los momentos cursis se los dejó a las novias de altar. Así lo es, alguna vez yo fui una de ellas. 
De vez en cuando veo al hombre de mi vida o lo más cercano a ello. Cuando tengo suerte y nuestros caminos se juntan, vuelvo a sentirme como princesa perdida en un bosque maldito siendo rescatada por el chico de las pocas palabras. El hombre no es un príncipe y a duras penas se algo de su pasado. Tiene dos hijos y una esposa de anuncio de coca cola. Me lleva casi 10 años y lo conozco desde hace 15. La relación más larga que he tenido en toda mi vida. Ni siquiera los amigos me han durado tanto. Nunca hacemos planes.
Observo la ciudad a través de mi ventana opaca. Veo como lentamente se prende con focos de diversos colores. Estoy en lo más alto de una torre medieval, no dejo que el acero penetre mi ser. Miles de plantas acogen mi alrededor. Sólo he dejado a una persona entrar a mi jardín secreto, lleno de laberintos acuáticos en medio de una ciudad plastificada. 
Esperando al padre de mi hija, con un poco de suerte tendrá ojos sutiles, un corazón firme y menos parchado que el mío, una linda sonrisa de esas que te hacen levantarte en la ruina y un verbo que no te agote. Mi niña necesita alguien que no la deje abandonada en medio del laberinto de la muerte, donde la única escapatoria es robarse unas alas ajenas. Ella sigue creyendo en dragones y habitantes del bosque, cree que un día vendrá un lindo príncipe a rescatarnos y formar una familia de verdad. 
Apago el último cigarro, el humo se pierde lentamente. Dejo respirar mi cuerpo desnudo con la luz de la luna. Los ojos se me rompen sin querer. Tengo años sin pensar en todas estas tonterías. 
Mi niña duerme tranquilamente, pensando lo excitante que es sobrevivir a un examen de matemáticas. 
Mi copa de vino esta casi vacía, odio las juntas escolares. Te das cuenta de lo lento que son los cambios. 
Mañana otra junta donde mi sonrisa me conseguirá más éxito que los mejores argumentos. Ir al gimnasio tiene más resultados que leer diez libros a la semana.
Llega la noche buscando labios efímeros que me anestesien de la fatiga semanal y de la crisis mundial. 
En eso miro la pared de la sala, llena de fotografías que nunca llenaron un espacio público. Recuerdo cuando mi niña tenía 5 años y observó una de las fotografías con demasiada atención.
Un chico asiático a inicios de sus veintes en medio de un puente que se sumergía en un lago. Al fondo unas escaleras y una estructura de madera. Traía una cámara fotográfica semi profesional de hace más de 15 años. Siempre quise una a esa edad, me conformaba con mi cámara de rollo y mi gran angular. 
-¿Quién es?
Un poco distraída, me acerque a la fotografía. Ya no recordaba que estaba ahí.
-¿Es el mismo?
Señaló otra fotografía donde salía él de frente, con unos rayones y una dedicatoria casi invisible.
-Si, es el mismo.
-¿Es mi papá?
-No...
-Mira aquí también esta, esa eres tú abrazandolo, ¿no? Te ves muy linda. 
Sólo ponía aquellas fotografías de personas que realmente habían afectado a mi vida, estaban mis dos hermanos peleandose, mis padres en la playa, mis abuelos en sus años mozos, me costó demasiado recuperar esas fotografías de los años treintas, mi mejor amiga de la preparatoria descubriendo su sexualidad, los amigos de la universidad, nunca nos volvimos a ver después de ese día, uno que otro del trabajo y si todos aquellos que se comieron mi corazón.
-Mami, tiene mi mis mismos ojos.
-Es sólo una coincidencia.
-¿Cómo se llama?
-Es una larga historia...
Tomó la fotografía, la enmarcó en rosa, su color predilecto de aquel instante.
-¿Qué haces?
No me dijo nada por unos minutos, sonrió.
-Ahora se que existe.
Un vuelco al corazón.
No se si deba deshacerme de esas fotografías, aventarlas por la ventana y que se las coma lentamente la ciudad. A punto de cometer un asesinato. Se escucha el timbre de mi puerta. Tomo la primera playera que encuentro y unas pantaletas. Me asomo sutil por el mirador. Abro la puerta lentamente.
Me abalanzo sobre su cuerpo. Me susurra lentamente al oído.
-Eres difícil de encontrar.
Sonrío como quinceañera o como me hubiera gustado sonreír a esa edad.
-Más de reemplazar...
Pongo mis dedos sobre sus labios. 
Sensación multicolor sabor cereza.
Labios sabor a eternidad. 

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