viernes, 30 de julio de 2010

El niño de la calle Paraíso


El niño de la calle Paraíso, era el único niño de esa calle. Tenía 10 años e iba a la escuela del barrio. Tenía la cantidad correcta de amigos, no hablaba mucho pero, decía lo que tenía que decir. No le gustaban las matemáticas y jugaba todas las tardes con su perro. Un enorme gigante de los Pirineos. Vivía con su abuela y tenía una foto de sus padres y todas las noches le pedía a su abuela, la historia de como murieron sus papás. Ella se rehusaba y sólo decía que fue sólo un accidente automovilístico. Nunca quedaba satisfecho ante aquella respuesta. Pensaba que seguro fue en una aventura en Africa o unos tiburones en Australia o se encontraban en una misión secreta del estado. Quizá unas pistolas o una misión intergaláctica. Sus padres no pudieron haber muerto en un simple accidente, de esos que salen en las noticias. De esos que se olvidan a los cinco minutos. Un día todo se aclaro, vio la foto de sus padres, se asomo al jardín. Corría la sangre coloreando el pasto en rojo carmesí. La mirada de su perro vacía. Ya no estaba con él. Sólo quedaba la envoltura de un cuerpo, lo demás había sido convertido en una especie de gelatina. No salió ni una lágrima Agarro las tijeras de estuche escolar y se las clavo en el estomago. Sólo lo suficiente, sólo el grosor de la piel. Se fue cortando, mientras sus entrañas salían sin control. No era lo que imaginaba, ni emocionante, ni sorprendente. Sólo piel y sangre. Una lágrima cae en la foto. La abuela hubiera deseado contarle aquella historia. Pero, era el destino. Sí, era cuestión de tiempo. Sólo cuestión de tiempo.



Esta historia es la razón de la anterior, aunque debo de dejar que mis personajes 
vivan más. La escribí para un taller de narración hace tiempo.

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