domingo, 1 de agosto de 2010

CAPÍTULO XVI. El extraordinario caso de Emma

Emma tenía casi treinta o quizá unos años más. Vivía sola en un pequeño departamento cerca del centro. Un lugar tranquilo donde nadie le decía que tenía que hacer, ni siquiera tenía algún animal que le reclamará su ausencia los fines de semana. Todo era acorde al plan y hace mucho dejo de sentir esa angustia de no tener que llamar a alguien todas las noches. Una vez al mes su madre le llamaba, a las once en un punto de la mañana de primer sábado de cada mes. No importaba que Emma hubiera salido o no esa noche, su madre le diría que regresará al camino correcto y se consiguiera un buen marido. El padre de Emma se había ido a viajar por el mundo, mucho antes que Emma acabará la universidad.
Emma no le daba importancia a nada e iba fluyendo con las personas que tenia a su alrededor, su mejor amiga vivía en estos momentos en Europa y sólo se hablaban por vías electrónicas. La gente del trabajo la hacía reír, sus amigos de la prepa hacían reuniones de todo esos sueños fallidos y se criticaban unos a otros hasta que el alcohol hiciera que perdieran el valor por una noche y se acostarán con el mejor postor. 
Emma sólo observaba, era la única que si tenía a nivel profesional lo que quería. Se reía de si misma cuando recordaba aquellas historias de princesas, le hubiera gustado ser sirena. 
Frecuentaba más a los de la facultad, todos los jueves de semana de quincena se juntaban. A veces se confundía, no estaba acostumbraba a medir la vida por quincenas. Cuando salía de viaje o algún otro no podía se veían la siguiente semana. Ya no tomaban como antes, dos de ellos ya estaban casados y una de ellas ya esperaba un niña. Emma estuvo apunto de casarse, al menos eso pensaban todos, sin embargo era sólo un rumor de esos que se evitan. La diversión empezaba después de unas cuantas chelas, mojitos, mezcales y tequilas. A Emma le encantaban los martinis, pero no con ellos. Los martinis eran para los fines de semana, para conocer chicos de una sola noche. Aun cuando Emma siempre tenía la ilusión de formalizar algo, no se lo decía a nadie.
Hasta aquí sabemos mas o menos quien es Emma, sólo falta decir que tiene un hermano más chico que se dedica a administrar las cuentas de Emma. Adora a su hermano y haría cualquier cosa por verlo feliz. Es al único que le permitiría por cierto tiempo vivir con ella. Santiago, su hermano, lo sabía pero nunca abusaba de la situación. 
Emma podría ser cualquier chica ordinaria, no tiene nada en particular y esta historia podría acabarse en este preciso instante. No habrá cambiado en nada su manera de ver la vida y probablemente no se acuerde de Emma, no. Aunque por el otro lado Emma tiene unos lindos ojos verdes, que entonan bien con su blanca tez y todas esas pecas que la hacen ver particularmente tierna cuando sonríe a luz del mediodía. Tiene un labios anaranjados rojizos, siempre bien humectados, un cuerpo finito de esos que dejan entrever una formación de danza clásica y un estilo de vestimenta muy particular, diferente a sus contemporáneas. Emma destacaba en cualquier cuarto y aun así se podía detectar una mirada triste, siempre y cuando no sólo te fijaras en un sus bonitas piernas torneadas y su cintura de quinceañera. Emma de día era la chica perfecta, recibía una cantidad muy alta de halagos y de invitaciones. Las cuales las recibía de la manera más cortes y amable posible. 
Sin embargo de noche, Emma se transformaba. Cuando estaba sola en casa, se quedaba desnuda en medio de su cama. Se abraza fuertemente, mientras su cabello le cubría su delgado cuerpo. De todos los poros de su piel, se le empezaba salir el cuerpo interno. Hasta que quedaba completamente bañada en rojo escarlata, todo paraba. En frente de ella se encontraba un espejo, cuando se sentía con las suficientes fuerzas para levantar su cabeza, se miraba fijamente esa mirada vacía, donde le dolía llorar. Añoraba el día de poder llorar lágrimas verdaderas, de esas de cristal, de esas que sólo te rompen el alma. 
Emma quería encontrar la manera de que sus poros no se abrieran tanto con la luz de la luna, que se mantuvieran normales, como el resto. Sabía que la respuesta no era fácil de encontrar y aquel ser que le propuso este pacto, no lo volvería a encontrar. 
Después de un rato, se metía a bañar, cuando sentía que el agua no la iba ahogar. Lentamente se limpiaba toda, que no quedará ningún resto de sangre. Metía las sabanas a la lavadora. Volvía hacer la cama y hacia todo lo posible para no soñar.
Esta noche si soñó.
Emma tenía cinco años y jugaba en el jardín de los abuelos. Un hermoso jardín lleno de flores de colores. Para Emma estas flores eran enormes, al igual que los insectos y ni si diga de los árboles. Para estos momentos Emma no tenía con quien jugar, era la primera nieta, entonces jugaba con Lance un diminuto perro, inclusive para ella. Tenían enormes aventuras, viajaban por el tiempo, encontraban tesoros, construían fortalezas, besaban príncipes convertidos monstruos. Emma y Lance eran inseparables y cada vez que Emma tenía que regresar a casa lloraba amargamente.
Como era de suponerse un día Lance no apareció. Al menos eso le dijeron sus padres, Emma no tenía manera de expresar lo que sentía, no entendía, fue ese día donde Emma conoció a Tomás.  Emma en su desesperación de encontrar a Lance, se perdió en el laberinto de ese enorme jardín. Estaba oscureciendo y miro a las estrellas. En alguna historia había escuchado que si pasaba un cometa podía pedir un deseo. Con sus ojos llenos de lágrimas, creyó ver uno y pidió que Lance volviera. El efecto secundario de eso, fue la aparición de Tomás.
-Hola pequeña, ¿porqué lloras?
-No encuentro a Lance
-Es un amiguito tuyo.- a Tomás cuando quería dejaba su lado del me vale todo.
-Si.- la voz le temblaba.
-¿Cómo es, quizá lo haya visto por algún lado?
-Es pequeño, tiene el pelo suave, cafe con manchitas negras. 
Tomas puso cara de espanto, el amigo de esta pequeña era muy parecido al perro que había visto como un imbécil lo atropellaba ayer por al noche. Aunque las probabilidades de que era fuera el mismo perro eran inciertas, algo le decía que si era el mismo. Tomás recordaba muy bien, las últimas palabras de Paula. No te metas en problemas y no interfieras. Pero esa pequeña niña, le daba mucha ternura y tristeza. 
-Puedo hacer que regresé.
-Es en serio.- una ligera sonrisa salía del pequeño y frágil rostro Emma. 
-Así lo es, sólo necesito que metas tu pequeño dedo en este aparato y pienses muy bien como era él.
Emma así lo hizo, y ni Tomás, estaba totalmente seguro de las consecuencias. Los efectos secundarios no venían en el manual.
En eso se escucharon unos ladridos, había funcionado. Emma sonreía.
-Antes de irte ¿Cuál es tu nombre?
-Tomás
-Yo soy Emma, nunca te olvidaré.
Emma volvió con sus padres, Lance se veía un tanto diferente pero ahí estaba con ella, moviendo la cola como siempre. Sus padres no entendían de donde había surgido este nuevo perro. Pero, nunca la desmintieron.
Emma se fue a dormir.
Cuando despertó tenía quince años, estaba en su cuarto, su pequeño hermano lloraba. Emma veía su dedo pulgar, ligeramente salía un poco de sangre. Cuando ponía el dedo encima de su otra mano, para que parara el sangrado, ahora también de su mano salía sangre. Hace mucho que no le pasaba eso, como cualquier chica de quince años se sentía sola. Unas pocas antes había probado unos sobos de cerveza. Nada extraordinario, sin embargo el chico que le gustaba estaba con otra. Agarró una aguja y dijo que más da, que se salga toda la sangre de mi cuerpo. Empezó abrir los poros de su piel, lentamente y con ayuda de su dedo pulgar, no había manera de cerrarlos. 
Fue la primera vez...
Dolía de una manera sutil...
Sentía que su alma se limpiaba.
Lance lamia cada parte de su cuerpo.
Emma despierta, mira su dedo pulgar, un poro seguía un poco más abierto que los demás. Se asoma por la ventana, su cuerpo desnudo bajo el claro de la luna. Una estrella brilla.
-Tomás.

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